Soberanía Alimentaria: Una Reflexión Desde la Cuarentena
El 54 % de la población colombiana se encuentra en inseguridad alimentaria en el hogar, de acuerdo con la Encuesta Nacional de la Situación Nutricional más reciente. Esto quiere decir que millones de colombianos no tienen acceso a alimentos nutritivos, en buenas condiciones, para satisfacer sus necesidades, sus preferencias, y llevar una vida sana y activa.
Esas cifras nos hablan directamente, sin rodeos, de la soberanía alimentaria. La soberanía alimentaria es la capacidad que tiene un país para producir alimentos en su territorio y responder a las necesidades alimentarias, nutricionales y económicas de su población, en lo posible con superávits de alimentos de calidad que permitan su exportación. Este concepto tiene un carácter político que se basa en el interés de los campesinos, los afrodescendientes y los grupos indígenas, con tradición agrícola, por el cuidado de la tierra.
Los gobiernos colombianos han tenido un enfoque asistencialista sobre la alimentación y nutrición de la población. En la agenda política no está el concepto de soberanía alimentaria sino de seguridad alimentaria y desde una perspectiva burocrática. A veces, las decisiones políticas son oportunidades para que algunas personas que ya son ricas, lo sean aún más. La reforma agraria, la distribución de tierras, la diversificación de cultivos y la producción de alimentos deberían garantizar la soberanía alimentaria y mejorar la calidad de vida de los más pobres, pero los efectos de estas acciones caen, casi siempre, en terreno árido.
Democratizar el acceso a la tierra, en beneficio de los más necesitados, crear el Fondo de Tierras y lograr una reforma rural agraria integral, eran las acciones que le daban cuerpo al primer punto del acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera en Colombia; actualmente, esos propósitos están olvidados.
Es en ese contexto que nos llega la pandemia del Covid-19 y la cuarentena, que no permite que muchas personas que dependen del día a día, puedan salir a conseguir sus alimentos. Además, estos alimentos son importados, en un porcentaje alto, lo que es un síntoma de dependencia alimentaria porque no se promueven ni se protegen los alimentos cultivados por los campesinos del país. Hay vacíos en la infraestructura de las carreteras y de transporte que asegure que toda la población reciba alimentos frescos y naturales, a un precio asequible.
Por otro lado, hace falta más compromiso de la industria alimentaria para disminuir la producción de alimentos ultraprocesados, con exceso de sal, grasas saturadas, azúcar y aditivos que contribuyen a la tasa de exceso de peso en la población colombiana, que es de 56 % entre las personas de 18 a 64 años, y que se ha incrementado en todos los grupos de edad. El sobrepeso y la obesidad está asociado a enfermedades cardiovasculares, hipertensión arterial y diabetes mellitus 2, que hace a las personas más susceptibles a las complicaciones por Covid-19.
Las estrategias asistencialistas para mejorar la situación alimentaria han sido muchas veces coaccionadas por los tentáculos de la corrupción. También hay falta de visión; se distribuyen alimentos a los grupos más vulnerables a través de programas asistenciales para mujeres embarazadas y lactantes, niños en jardines infantiles y escuelas, resguardos indígenas y hogares de ancianos, sin otros programas complementarios y continuos para facilitar el acceso a educación de calidad, capacitación técnica y profesional y gestión de empleos. Por la cuarentena muchas de estas personas no han podido recibir ayuda y las entregas de alimentos que se hacen en algunos sectores son insuficientes. La solidaridad y la compasión ayudan, pero no resuelven los problemas. A las personas que viven del trabajo informal —alrededor de un 47 % en Colombia—, que no han podido salir de sus casas, y que sus hijos no han recibido alimentos de los programas asistenciales, el hambre los sacará a las calles porque el hambre no da espera; y la economía tampoco.
Albert Camus en La peste, describió la relación que hay entre las epidemias y el hambre:
Los pobres, que de tal modo pasaban hambre, pensaban con más nostalgia todavía en las ciudades y en los campos vecinos, donde la vida era libre y el pan no era caro. Puesto que no se podía alimentarlos suficientemente, sentían, aunque sin razón, que hubieran debido dejarlos partir. De tal modo que había acabado por aparecer una consigna que se leía en las paredes o que otras veces gritaban al paso del prefecto: "Pan o espacio." Esta fórmula irónica daba la medida de ciertas manifestaciones rápidamente reprimidas, pero cuyo carácter de gravedad no pasaba inadvertido.
Sería deseable que el Estado colombiano, después de la experiencia de la cuarentena, incluyera en su agenda política la soberanía alimentaria. Necesitamos, con prontitud, que se den pasos firmes hacia la soberanía, la seguridad alimentaria y el derecho a la alimentación que tiene la población colombiana. Eso nos acercaría, en verdad, a la construcción de una paz estable y duradera.
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